A la hora habitual empiezan a llegar caras conocidas a la sala, hoy, de exposiciones. Encuentran a algunos visitantes primorosos que les llevaron la delantera y ya se regalan la vista con las obras expuestas. Hoy no hay sillas en perfecta formación, hoy es día de arte. Hoy no habrá análisis calculados ni fríos, hoy planteamos lo humano a través de lo humano, como en anteriores ediciones de El arte es el arma.
En un ambiente distendido, después de algunas explicaciones arrebatadas de improviso a los artistas por los visitantes más ávidos, la reunión toma un aire un tanto más solemne y ordenado. Pintor y modelador pierden el parapeto de sus obras, que concentraban nuestra atención, para ser presentados por nuestro Carlos al público asistente. Les pide el presentador que, además del material que podemos contemplar, expongan para nosotros algo de su intimidad intelectual que nos permita entender en mayor profundidad la actividad que desarrollan.
Alberto alude a la gran mentira en que vivimos, presa de una cultura del entretenimiento superfluo que ha copado casi todos los ámbitos de nuestra sociedad. Por eso, contra eso pero con un planteamiento positivo, los temas en que se concentran sus pinturas hablan de virtudes clásicas: heroicidad, fidelidad, amor, inocencia… como vía para desentrañar la Verdad que todos tenemos dentro.
Por su parte, Carlos nos señala la asepsia de la modernidad, cómo en su trabajo encuentra casas que no son hogares, que no dicen nada de las personas que viven en ellas: “¡Pero esto es una casa o es la sala de espera del dentista!”. Las figuras que modela representan piezas clave en la Historia, y la historia de sus antepasados es una parte importante de la identidad de las personas.
Ambos coinciden en la desvirtuación de la Academia, y denuncian cómo artistas, dedicados profesionalmente y realmente buenos, quedan fuera de los circuitos porque éstos están copados por el llamado arte contemporáneo. Agradecen que les alojemos y nos traen la buena nueva de estar encontrando cada vez más espacios alternativos al canon donde sí tiene cabida el arte clásico con que nos deleitaron.
Con la curiosidad satisfecha, el ojo regalado y el alma encendida de gestas -como la de encontrar tiempo entre el trabajo, la familia y otros quehaceres cotidianos para ponerlo al servicio de una causa superior- apagamos las luces de nuestro sótano un viernes más.