Madrugón de lunes para los camaradas de Madrid, aventajan una hora de sueño a quienes quizás partieron ya desde Toledo; en Galicia desayunarán con tranquilidad dentro de un rato; el grupo de Pamplona hizo noche ya en el punto de reunión. Desde distintos puntos de España se echan a la carretera coches que apuntan a un mismo destino: San Vicente de la Barquera, punto de inicio del ancestral Camino Lebaniego.
Día 1
Reunidos a mediodía en el punto de origen, disfrutamos de las magníficas vistas desde el mirador de la iglesia de Santa María de Los Ángeles. Ordenado el contenido de nuestras mochilas, entre la algarabía de excitación propia del inicio de la aventura comenzamos a caminar siguiendo las cruces rojas que guiarán nuestros pasos durante los próximos días.
Como de costumbre, caminamos en formación de columna, dos hileras paralelas que avanzan con banderas abriendo paso. Algunos vecinos, curiosos, preguntan por qué cargamos banderas – “Llevamos la bandera de España porque somos españoles”.
Pronto empiezan las pendientes, nadie dijo que sería fácil; antes al contrario, conocíamos la dificultad. Pero también sabemos que, por lo general, hacia la dificultad se encuentra el camino a la virtud. Ascendemos con paso corto y sostenido. Comentamos en los llanos cómo de dura fue la cuesta anterior. Se trata de la toma de contacto con el terreno, y la fragua de la camaradería entre aquellos que se confiesan unos a otros similares debilidades y preocupaciones.
Cuando la larga tarde de agosto se empieza a apagar en un crepúsculo que anuncia la noche, nos encontramos bastante lejos del destino de la primera etapa. Así pues, ajustamos linternas y frontales, para continuar el camino rodeados por la noche, oscurecida más si cabe por la frondosa masa forestal que rodea la senda e impide que atisbemos la más mínima claridad. Manteniendo el orden, por decisión unánime, continuaremos avanzando algunas horas más. Hasta encontrar un pequeño claro, rozando la medianoche, donde una cena ligera prologa el sueño sobre el improvisado campamento vivac. Tenemos 10 kilómetros de deuda que amortizar al día siguiente.
Día 2
A las 7 a.m. se inicia un rumor que crece en mitad del campo: los chicos de Facta empiezan su jornada con ánimo resuelto. Hoy va a ser la etapa más dura, y eso es motivo más que suficiente para empezarla cuanto antes y con la mejor disposición. Galletas, fruta y chocolatinas componen el desayuno de casi todos. Y comenzamos a caminar.
Acaba de empezar el día cuando llegamos al primer pueblo que atravesaremos en esta etapa, y es aquí donde se producen las primeras bajas. Algunas mejor justificadas que otras, nos despedimos sin mucha alharaca de aquellos que nos abandonan, para continuar decididos a cumplir con el objetivo. Tristemente, a las pocas horas sobrevino otra baja por lesión. Todas ellas demuestran la exigencia de nuestra marcha, y el compromiso de aquellos camaradas que llegaron hasta su límite con el afán de cumplir.
Un paso tras otro, en un entorno coloreado en un verde intenso, encontramos compañeros de camino que por lo general adelantamos. Recorremos tramos sobre asfalto, en fila de uno; caminos de tierra, en formación; y sendas estrechas, en fila de nuevo. Saludamos con gozo a los paisanos que detienen la mirada sobre nuestra columna. Acostumbrados, como están, a ver pasar peregrinos, encuentran algo de insólito en nuestra formación, nuestra uniformidad, nuestras banderas y nuestra buena educación. Estimula nuestro ánimo ver en sus semblantes una chispa de emoción que enciende el suyo al vernos pasar.
Con el sol empezando a decaer desde su cénit, hacemos una auténtica parada en el bar de un pueblo. Patatas, chistorras, filetes, son platos básicos que saben a manjar para un peregrino. Así podemos enfrentar la tarde, durante la cual subiremos el mayor desnivel continuo de todo el camino.
El ánimo de algunos integrantes del grupo se romperá durante ese tramo, pero la camaradería de los demás lo remendará: cuando el físico lo permite y la voluntad lo quiere, es suficiente con anular el pesimismo del espíritu para alcanzar el objetivo. Subimos hasta el punto más alto, continuamos nuestro camino en un descenso salpicado de nuevas subidas.
Un remojón vespertino en el vado de un río reconstituirá a los más atrevidos a la hora de la merienda. Después, continuamos nuestra marcha en formación, y llegamos justo antes del anochecer a lo alto de un collado desnudo de arboleda, donde dormimos sobre el suelo y bajo las estrellas.
Día 3
Amanece un día claro para dar conclusión a nuestra expedición. El objetivo del día es verdaderamente humilde en comparación al empacho de kilómetros recorridos en la jornada anterior. Si no encontramos imprevistos, cruzaremos la Puerta del Perdón, abierta en este año jubilar de 2023, antes de que comience la misa meridiana.
Caminamos con las mochilas mucho más ligeras, aplacando el cansancio acumulado con la idea de alcanzar en las próximas horas el monasterio de Santo Toribio de Liébana. Así, un paso tras otro, llegamos a Potes, donde realizamos una parada técnica antes de afrontar el último tramo: la subida desde el pueblo hasta el monasterio, bajo un sol que cae a plomo.
Por fin, llegamos a nuestro destino, y a tiempo. Tuvimos, de hecho, que esperar un rato antes de entrar al templo a través de la pequeña Puerta del Perdón (ya se sabe que es estrecha la puerta del Reino de los Cielos). Allí escuchamos la misa desde la capilla y veneramos el lignum crucis. Antes de marcharnos de la explanada del monasterio, Carlos nos hizo obsequio de los pines que destacarán en nuestras mochilas, indicando que recorrimos este Camino de España con Facta.
Con la satisfacción del objetivo cumplido, una comilona en Potes y una sobremesa jubilosa, acompañados por un par de amigos de Facta que nos honraron con su visita, pusimos punto final a la expedición.