Después de las vacaciones de Navidad, los componentes de Facta atienden a la convocatoria para reunirnos de nuevo en el campo. En esta ocasión, el recorrido de la marcha se desarrollará en los montes de Toledo, bajo la guía de dos camaradas locales con un profundo conocimiento del área.
Amanece un día con una temperatura sensiblemente más agradable que las que veníamos soportando en los últimos días, a pesar de la apariencia desapacible de un cielo gris invernal. En distintos puntos de la ciudad de Madrid se reúnen los miembros de Facta afincados en la ciudad, de buena mañana, para tomar la A-4 y reunirse con aquellos otros que acuden al punto acordado desde la provincia de Toledo.
Son las 10:30 cuando empiezan a aparcar coches en el centro del pueblo más cercano, y los viajeros que traían forman corrillos en la acera y amontonan sus mochilas, mientras esperan entre charlas distendidas a quienes quedan por llegar. Saludos, presentaciones, miradas al cielo, al reloj, correcciones a la imprecisión de la tecnología que envió a aquellos allí y éstos aquí… Ya estamos todos. Empezamos a andar.
Salimos del pueblo buscando el camino, la tierra que venimos a pisar como descanso al día a día que tiene lugar sobre el asfalto y el hormigón. Cuando llegamos al mirador considerado inicio de la ruta vienen las directrices al grupo para la marcha. La vamos a disfrutar pero esto no es un paseo, por eso traemos uniformidad en el color negro de nuestra ropa, por eso avanzaremos por caminos y sendas en formación. Seguirán las banderas a los guías, y a continuación caminará el pelotón cantando letras patriotas.
Una vez superadas las primeras cuestas, que nos proporcionan unas magníficas vistas de los pueblos vecinos, seguimos en fila el sendero que nos llevará al siguiente camino donde recuperaremos la formación. Avanza la columna de Facta a través del campo, donde tuvo lugar recientemente una montería, restos de la cual encontraremos varias veces durante el día.
Cuando los estómagos empiezan a requerir alimento, y las piernas de algún componente comienzan a flaquear, estamos muy cerca del destino de la ruta. Un poco de camaradería, y un rapidísimo tentempié, recomponen las condiciones de los caminantes que continúan su ascenso en hilera, vadeando el despeñadero que abraza al río. Todos lo atraviesan, allí donde nuestro sendero se cruza con el arroyo, con sumo cuidado para permanecer secos. Paradójicamente, cuando llegamos a la cascada, tardan poco algunos de los camaradas despojarse de la ropa para darse un remojón en el agua gélida antes de comer.
Reconfortados por el alimento, el descanso de la parada y, en su caso, el baño revitalizante, comenzamos el retorno al pueblo por otro camino. Y cuando ya pensábamos que la lluvia no era motivo de preocupación, el chaparrón, aunque corto, nos hace apretar el paso. Un descenso sin detalles destacables, pero con canciones entonadas a coro: la unidad física de la formación sumada a la unidad espiritual del canto en una voz.
Una vez alcanzado el pueblo, tras saludar las ruinas del castillo que un día lo custodió, y la cruz que lo sigue custodiando, reponemos víveres para enfrentar la carretera con buen ánimo. La despedida es fraterna y también breve, una de esas que ocurren cuando se sabe que habrá siguiente ocasión.